
Ganadora de un Oscar a
Mejor película de animación en 2007, Ratatouille es el tercer largometraje de
animación de Brad Bird, director de otras grandes obras del cine (no solo de
animación) como El gigante de hierro o Los increíbles. Ratatouille cuenta la
historia de Remy, una rata con una nariz y un paladar refinados, este sueña con
convertirse en chef de alta cocina, para disgusto de su familia y amigos
comedores de basura. Además, en la colonia utilizan su gran sentido del olfato
para detectar si la comida está envenenada o no, pero por una serie de sucesos
Remy termina separado de su clan y se pierde en las alcantarillas de París. Allí es donde encuentra
accidentalmente el restaurante de su ídolo, el recién fallecido Chef Gusteau.
Estamos sin dudas ante una
de las mejores películas, y la historia más redonda de Pixar. Entre los alardes
técnicos destacar un París hecho al milímetro, impresiona la primera panorámica
de la ciudad de la luz, que se abre ante la mirada de un Remy, tan sorprendido
como el espectador cuando descubre la ciudad, o el ritmo de la primera
secuencia en la que vemos la cocina, realizada como un plano secuencia, o el
hecho de que todas las imágenes están realizadas sin actores de por medio sobre
los que luego realizar la animación. Vale decir que nos dejamos llevar por ese
inmenso placer visual de contemplar tantas maravillas y casi no advertimos el
enorme esfuerzo que hay detrás de la creación, las muchísimas personas que, en
su labor conjunta, han dedicado considerable tiempo y trabajo para elaborar una
obra de arte como ésta. Y no solo la fotografía es extraordinaria, sino que el
guion de desarrolla con una maestría que logra llegar a la maravillada
audiencia (entre la que me incluyo) y que nos regala diálogos más brillantes y
frases dignas de pasar al recuerdo, en esa página de oro del cine.

La historia de la rata que lleva la cocina en la sangre y ostenta un don especial para transformarla en todo un arte, pero que no posee la menor credibilidad de cara al mundo por su condición, es enternecedora. Y la historia del muchacho inseguro que no posee talento natural pero sí buen corazón, que es el único que cree en Remy y lo acepta, estableciendo entre ambos un pacto que irá más allá del simple beneficio mutuo y que les enseñará a los dos el valor de la verdadera amistad y de la capacidad para trabajar en equipo, es, lo confieso, una gozada.
Es una bellísima historia
sobre el aprendizaje de la tolerancia, sobre la superación de los obstáculos
que nos impiden ser nosotros mismos, sobre el valor del amor y la amistad que
consiguen que nuestras vidas sean mejores y que nos hacen dar lo mejor que
tenemos. Es una tierna, divertida y poética historia sobre la ruptura de los
prejuicios que condenan injustamente, sobre la aceptación de lo novedoso y el
abandono de las actitudes cerradas que juzgan erróneamente a alguien
simplemente porque tenga un determinado aspecto y porque sus orígenes sean de
dudosa reputación.

Esta historia nos habla de
la persecución de un sueño. El sueño de un ser peculiar, una rata de
alcantarilla que no es un simple roedor inmundo, como son calificadas todas las
ratas. Remy es el ejemplo de todos los que destacan porque se salen de lo
corriente, porque rompen los patrones establecidos y se atreven a ir más allá.
Él sueña con llevar una vida marcada por la creatividad, por el afán de hacer
algo grandioso, por hacer mucho más que sobrevivir y vegetar.
Está claro que Remy
podemos ser cualquiera de nosotros ¿Quién no ha soñado con dedicarse a algo
imposible? ¿Quién no ha soñado con salir del mundo que conoce (su ciudad, su
pueblo, su barrio…) e intentar dedicarse a lo que ama? ¿Quién no se ha sentido
incomprendido alguna vez a lo largo del camino? Muchas de estas preguntas
podrían rondarnos por la cabeza, por eso es lógico que muchos veamos en Remy un
reflejo en el que inspirarnos.

Sin embargo, si algo
destaca, por encima de todo el conjunto fílmico, es la escena que da nombre a la película, aquella en la que el crítico Anton
Ego prueba una tradicional ratatouille francés. Una
escena increíble en la que la cámara se adentra en los ojos de Ego para hacer
cambiar al personaje, tornando su rostro oscuro hacía la relajación y la luz en
cuanto prueba un plato que le hace recordar a la humilde cocina de su madre
cuando Anton era solo un niño. Esta escena sitúa a Ratatouille en un nivel, al
menos emocional, muy alto, haciendo que no solo lleguemos a identificarnos con
Remy sino también con un perfil contrario como es el de Anton Ego.

Lo
curioso alrededor de esta escena mencionada es que en el último tiempo salieron
algunas teorías que le podrían dar mucho sentido a la película en su totalidad.
Un usuario en internet parece haber encontrado la verdadera razón por la que el
plato de Remy logró despertar los viejos recuerdos del propio Ego. La
explicación se encuentra en dos escenas determinadas del film, concretamente,
en los dos flashbacks que incluye. El primero recuerda cómo y dónde aprendió a
cocinar Remy. El segundo, que se produce justo después de que Ego pruebe su
plato, hace un
viaje directo a la infancia del crítico gastronómico, donde se le puede ver de
niño en la cocina de la casa de su madre.






Según
esta teoría, Remy habría aprendido a cocinar en la casa de Ego, fijándose
directamente en su madre. Precisamente por eso, tiene mucho sentido que el
especialista asegure en su reseña que los platos de la rata cocinera removieran
lo más profundo de su ser.
Gracias
a esta escena y otros elementos que nos
han llevado a ella, Ratatouille se adentra en el concepto de humildad,
especialmente con la posterior crítica que escribe el propio Ego, en la que se
recoge un texto increíble de fragmentos inolvidables que me parece adecuado
traerlo a colación. Porque cuando algo te sorprende y emociona de la manera como
lo hace esta película, lo normal es caer rendido a sus pies. Porque no hay
mayor verdad, que un gran artista puede provenir de cualquier lugar.

Las
palabras de Ego son las siguientes.
“La
vida de un crítico es sencilla en muchos aspectos. Arriesgamos poco y tenemos
poder sobre aquellos que ofrecen su trabajo y su servicio a nuestro juicio.
Prosperamos con las críticas negativas, divertidas de escribir y de leer. Pero
la triste verdad que debemos afrontar es que en el gran orden de las cosas,
cualquier basura tiene más significado que lo que deja ver nuestra crítica.
Pero
en ocasiones el crítico sí se arriesga cada vez que descubre y defiende algo
nuevo. El mundo suele ser cruel con el nuevo talento. Las nuevas creaciones, lo
nuevo, necesita amigos. Anoche experimenté algo nuevo, una extraordinaria cena
de una fuente singular e inesperada. Decir solo que la comida y su creador han
desafiado mis prejuicios sobre la buena cocina, subestimaría la realidad. Me
han tocado en lo más profundo.
En
el pasado, jamás oculté mi desdén por el famoso lema del Chef Gusteau
“Cualquiera puede cocinar”, pero al fin me doy cuenta de lo que quiso decir en
realidad: no cualquiera puede convertirse en un gran artista, pero un gran
artista puede provenir de cualquier lado. Es difícil imaginar un origen más
humilde que el del genio que ahora cocina en el restaurante Gusteau’s, y quién,
en opinión de este crítico, es nada menos que el mejor Chef de Francia.
Pronto
volveré a Gusteus’s hambriento.”

Como cierre puedo decir que el tremendo
reconocimiento al trabajo, al esfuerzo y
a la humildad es lo que hace que vuelva a ver Ratatouille de vez en cuando.
Creo que es un film muy recomendable para descubrir, ver o volver a ver.
Puede
que nos resulte inspiradora. Puede que la película nos ayude a ver las cosas de
otra forma. A no recrearnos en la meta sino en el proceso, a recrearnos en el
simple y sencillo éxito de seguir dedicándonos a lo que amamos. Esto puede
servir para la profesión y para la vida, más aún cuando la profesión y la vida
se fusionan tanto.
Escrito
por: Carla M Vallejos (@kurca)
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